Suele ser la frase de oro cuando terminas con alguien.
-Tranquila, ya pasará. Dale tiempo al tiempo.
Y sí, en mis pequeñas y azarosas relaciones con pololos/amigos con ventaja/gente sin nombre he podido comprobar que ciertamente a medida que el tiempo transcurre, el sentimiento que al principio era tan fuerte, tan potente y hacía doler el corazón al recordarlo, se vaya debilitando... hasta convertirse en un hilito pequeño y que ya deja de gotear. Pero acaso esa adjudicación de olvido al tiempo, no tiene que ver con lo que somos, con cómo nuestro cerebro sólo deja de recordar aquello que ya no ocupa a diario. Porque para que la memoria se consolide, el mapa neuronal debe ser recorrido tantas veces como sea posible. Y acaso la idea del amor no nos ataca cada cierto tiempo, pero suele olvidarse más tarde. Y una nueva red cerebral llega, para luego irse. Porque estamos hechos para olvidar, no hay nadie que recuerde todo con la misma evocación que la primera vez. El recuerdo es distinto, es volver a caminar ese camino otra vez. Pero no como esa vez.
Cierto es que hay excepciones, como obsesiones que duran más de lo que sería sano, y por qué no, un gran amor. No debemos olvidar que somos más que células, conexiones nerviosas y metabolitos. ¿Acaso no es la esencia la magia? Y ¿Por qué la esencia se desvanace, con el tiempo? No será que el tiempo, cómo hemos llamado al estar aquí, ahora, ayer y mañana, no hace más que movernos a un nuevo estado de búsqueda del equilibrio y lleva en su maleta sólo lo que nos sirve. ¿Y la esencia no es más que el tiempo en todo su esplendor? ¿Cómo replicar aquello que es único?
Me hace pensar que el tiempo cura todo, no porque tenga una varita mágica que te hace olvidar. El tiempo sólo busca el equilibrio. Y el equilibrio quién sabe como es.
Enloquece cuanto quieras, pero no desmayes.